El Colegio de Arqueólogos me ha solicitado participar en un Homenaje a Donald Jackson y pese a haber publicado ya mi recuerdos de él en la revista Chungara, pienso que puedo aportar algo más desde la perspectiva de haber compartido el día a día con este gran amigo, durante tantos proyectos y vivencias. Si han continuado los merecidos homenajes en su recuerdo es porqué queremos tenerlo presente y reflexionar sobre lo que nos dejó como experiencia de vida por su calidad personal y por su manera de pensar la arqueología y de realizar la práctica cotidiana.
Donald tenía la capacidad de manejar muy bien la relación entre las construcciones teóricas y el mundo de los objetos. Sus proyectos eran equilibrados, innovadores, utilizaba las escalas de análisis adecuadas para los temas en estudio y lograba los objetivos propuestos, pero todo partía de las grandes preguntas que se hacía en terreno o en una conversación entre colegas o con sus alumnos.
Un día de 1991 Donald me invitó a recorrer punta Chungo, para mostrarme los sitios arqueológicos que había descubierto en sus primeras prospecciones en la zona costera de Los Vilos. Cuando entramos en una pequeña cueva con fragmentos cerámicos diaguitas en la superficie, él me habló de la importancia de excavar esa cueva en el futuro cercano, para poder conocer las formas de ocupar un espacio tan reducido, por parte de esos antiguos habitantes. Durante un buen rato lo observé absorto mirando distintos aspectos de la cueva y los escasos restos arqueológicos dispuestos en superficie. Por momentos lo vi incluso emocionado hablando de la posible relación de este sitio con los ambientes de la vecina laguna Conchalí y del litoral cercano. Me contó también sobre ciertas prácticas de los pescadores y mariscadores actuales en la zona. En ese momento me di cuenta que Donald estaba tratando de colocar el sitio en un enorme rompe cabeza que solo existía en su mente y que partía desde las antiguas ocupaciones paleoindias en la costa de Los Vilos y llegaba hasta los pescadores contemporáneos. Él era capaz de hacer grandes preguntas en relación a los sitios y al paisaje, podía teorizar con mucha soltura, pero su emoción y su anhelo por generar nuevo conocimiento partía del sitio, del fragmento de cerámica y por supuesto del artefacto lítico…
En otra ocasión, mientras trabajábamos en Tres Arroyos, Tierra del Fuego, Donald me sorprendió con su profundo conocimiento sobre los selk’nam. Habíamos comenzado pocos meses antes el proyecto “Perspectiva arqueológica de los selk’nam” y Jackson ya había leído e internalizado de manera amplia toda la información etnográfica disponible y estaba haciendo preguntas novedosas sobre distintos temas del proyecto y proponiendo nuevas actividades para poner a prueba esas preguntas. Entre otros temas propuso generar áreas de actividad en forma experimental, a escala local, con materiales líticos, vidrio tallado, restos óseos y dos fogones preparados para ese fin. Durante tres años realizó controles exhaustivos de las modificaciones sufridas por los fogones y de los procesos de movilización horizontal y vertical de los materiales generados, reuniendo un conjunto de información que fue de especial interés para comprender mejor los procesos de formación de los sitios arqueológicos en estudio.
Años después, mientras trabajamos en el proyecto “Hombre temprano y paleoambiente en Tierra del Fuego”, Donald propuso hacer un fogón en cubeta en un pequeño abrigo sin materiales culturales, para conocer cómo funcionaba un fogón de características similares a los fogones paleoindios. Durante buena parte del día Donald excavaba en la cueva Tres Arroyos 1, sin embargo, al comienzo de la mañana, o al final de la tarde, dejaba un tiempo para ir al alero de la experimentación para encender el fogón, acompañado por Manuel Arroyo. Mientras calculaban el tempo de duración del fuego, el tipo de leña utilizado y otros factores, conversaban de arqueología y fumaban sucesivos cigarrillos…en algunos momentos, los demás también nos sumábamos a esas amenas conversaciones de terreno.
Una de esas noches, después de un día frio y ventoso, estábamos terminando de cenar en la casa de los esquiladores de la estancia, donde alojábamos, acompañados de un buen vino. Donald miró por la ventana y vio que estaba nevando y avisó a los comensales acerca de la nieve, pero nadie le prestó mucha atención debido al ambiente animado. Nadie sintió salir a Donald de la casa, pero pocos minutos después golpeó la puerta y alguien abrió. Fue grande la sorpresa de todos cuando vimos a Donald entrar con un montón de nieve aprisionada entre sus brazos y su pecho. Depositó la nieve en el suelo junto a la rústica mesa del comedor – ¡Les dije que estaba nevando!- fue su frase aclaratoria. A continuación se subió a la mesa, levantó su clásico dedo índice y dio un breve discurso sobre arqueología de la Patagonia adornado con algunos chistes. Sacó aplausos y un gran brindis colmado de alegría. Al día siguiente, temprano en la mañana, ese Donald algo transgresor había dado paso al Donald concentrado y serio que excavaba cuidadosamente mientras se hacía nuevas preguntas y cada tanto miraba el paisaje, para volver luego a poner su vista en los perfiles.
Su pasión por la arqueología superaba los límites regionales y temporales y en cada tema de investigación volcaba toda su energía, su talento y su perseverancia. En Tres Arroyos le tomé a Donald una fotografía mientras conversaba con Luis Borrero. Es la fotografía que acompaña el presente texto y muestra la sonrisa de un Donald siempre comprometido con su trabajo, en un gesto que delata su ser interior, alegre y optimista.
26 de septiembre de 2017