Alimentación, ocupación del espacio y movilidad, y hasta espiritualidad de los antiguos pueblos, son algunas de las importantes temáticas que se pueden abordar a través del estudio de las plantas.
Debido al protagonismo que el mundo vegetal tuvo en el desarrollo de las culturas pasadas, su estudio se ha convertido en una rama de la investigación arqueológica llamada arqueobotánica, la cual entrega la posibilidad de abordar una gran diversidad de temáticas, a través del análisis de la relación entre las plantas y el ser humano.
“Las plantas a lo largo de la historia humana han cumplido roles fundamentales, no sólo desde la implementación de la agricultura, sino desde los inicios, ya sea como parte de la dieta, como parte de los sistemas socio-simbólicos de los grupos, así también como parte integral de su cultura material”, explica la arqueóloga, magíster en Arqueología del Cuaternario y Evolución Humana y doctoranda en Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de la Plata, Constanza Roa.
La arqueobotánica se enfoca, según señala Roa, en la investigación de las prácticas humanas que están involucradas en la adquisición, procesamiento y uso de las especies vegetales encontradas en los sitios arqueológicos, “la arqueobotánica considera entonces problemas sociales y culturales, incluso socio-ecológicos”, afirma.
Arqueobotánica en Chile
La arqueobotánica en nuestro país tiene alrededor de treinta años. A pesar de que la arqueología ha registrado restos vegetales desde sus inicios, las descripciones de estos eran muy limitadas hasta la llegada de esta línea de estudio.
Como relata Constanza Roa, uno de los primeros arqueólogos en Chile que fue más allá en esta área e investigó la tecnología de la madera, fue Lautaro Núñez, quien realizó su tesis acerca de las tallas de madera del Norte Grande en los años sesenta. Asimismo, explica que hubo arqueólogas como Victoria Castro, que escribieron acerca de problemáticas ligadas a la arqueobotánica, como la adquisición de la agricultura en Chile, aunque en ese entonces contaban con muy poca evidencia específica de esta línea de trabajo.
“Ya más adelante (década de 1970), la excavación del sitio Monte Verde MV-II significaría un hito en la incorporación de los estudios arqueobotánicos en Chile, aunque de la mano del botánico Carlos Ramírez”, afirma la experta y agrega que a principios de los noventa, la botánica Gloria Rojas realizó investigaciones en sitios arqueológicos de Chile central, sur y austral.
Roa destaca a María Teresa Planella y Blanca Tagle como unas de las primeras arqueólogas dedicadas a esta disciplina, por sus estudios de contextos arqueológicos en Chile central. Y menciona a la Dra. María Eugenia Solari como una de las primeras, sino la primera, investigadora chilena con formación arqueobotánica propiamente tal, quien destaca desde la década de los noventa en adelante por sus estudios antracológicos en la Patagonia y luego en el sur de Chile.
En 1994 se invitó al investigador arqueobotánico estadounidense Jack Rossen, al II Taller de Arqueología de Chile Central, lo que significó un hito en el desarrollo de esta área según la arqueóloga. “Ya desde los años 2000 se ha ido forjando una relativa “profesionalización” de la arqueobotánica”, expone Roa y destaca el simposio La Investigación Paleoetnobotánica/Arqueobotánica en Chile: Avances, Problemas y Proyecciones, organizado dentro del XVII Congreso Nacional de Arqueología Chilena (Valdivia, 2006) “por dos grandes impulsoras de la investigación arqueobotánica en Chile, las investigadoras Luciana Quiroz y Dra. Carolina Belmar”, afirma.
La arqueobotánica abre diversas puertas de investigación
La arqueóloga de la Universidad de Chile y doctora en Arqueología de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Carolina Belmar, tuvo interés en la arqueobotánica desde sus inicios en la ciencia arqueológica y, a través de esta, ha podido participar en distintas investigaciones dentro de la disciplina.
Y añade “otro proyecto entretenido que estamos desarrollando con las académicas Lee Meisel (INTA), Cecilia Baginsky (agronomía) y Natalia Jara (medicina), se titula El poroto chileno: estudios transdisciplinarios para promover su valor . […] Se está trabajando en caracterizar la biodisponibilidad nutricional de porotos (Phaseolus vulgaris L.) locales pertenecientes al Banco de Germoplasma de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile, en estudios agronómicos, antropológicos, culinarios y clínicos para determinar su biodisponibilidad nutricional”.
Dentro de sus muchos trabajos, uno de gran importancia es el libro que lanzó este año, llamado Los cazadores-recolectores y las plantas en Patagonia. Perspectiva desde el sitio cueva Baño Nuevo 1, Aisén, el cual, según comenta la autora, nació de la inquietud por visibilizar el uso de las plantas entre grupos cazadores recolectores.
“Se trata de un sitio increíble […] que fue ocupado por diversos grupos de cazadores recolectores desde el Holoceno temprano hasta el Holoceno tardío por unos más o menos 7500 años”, afirma la arqueóloga.
Belmar expone que para esta investigación se propusieron trabajar con diferentes registros de plantas del sitio. Estudiaron los carporrestos (semillas y frutos) recuperados de muestras de rasgos y estratigrafía, y también los microfósiles. A través de los microvestigios presentes en los instrumentos de piedra se lograron conocer y vincular las herramientas utilizadas en la obtención y/o procesamiento de las plantas. Y por medio de la presencia de micropartículas vegetales atrapadas en el tártaro dental de algunas inhumaciones humanas (datadas en 10.250 años aproximadamente), se reconoció cuáles plantas fueron ingeridas.
“Este estudio nos permitió tener una visión más integral de la historia de la ocupación de la cueva de Baño Nuevo 1, entendiendo que además de la caza, estas personas recolectaban plantas disponibles en su entorno usando diferentes tipos de artefactos líticos para desenterrar los tubérculos, descortezar madera o cortar los tallos”, explica la investigadora.
Y agrega sobre la relevancia de esta investigación, que los aportes de este trabajo no sólo fueron contribuir a la caracterización de las sucesivas ocupaciones de BN 1, sino que también lograron generar un estudio arqueobotánico importante que puede servir a otros investigadores, estudiantes e interesados en la prehistoria y las plantas.
Actualmente, el proyecto Fondecyt en el que trabaja, El uso de plantas en los cazadores recolectores. Perspectivas desde Patagonia Central (Región de Aisén, 46°S), busca ampliar este estudio a nivel regional, para así conocer el uso de las plantas entre grupos cazadores-recolectores, integrando las variantes temporales y ambientales de estepa/bosque, relata Belmar.
El potencial de la arqueobotánica
Sobre la importancia de esta disciplina, Carolina Belmar resalta dos aspectos: primero, la posibilidad que entrega la arqueobotánica de recuperar e identificar una gran diversidad de restos de plantas en los contextos arqueológicos, lo que les permite abordar diferentes temáticas de investigación.
Por ejemplo, la arqueóloga expone que a través de carbones pueden entender el uso y manejo de los recursos leños. Que el estudio de madera y cestería les permite conocer el aprovisionamiento, las técnicas y el uso de una materia prima utilizada para confeccionar una gran diversidad de artefactos. También, que las semillas y frutos nos acercan a reconocer las plantas que estuvieron presentes en un sitio y las implicancias que tiene cada una en relación con sus propiedades, estacionalidad y disponibilidad en el entorno. Y por último, que los microfósiles contenidos en los residuos de uso, hacen el puente entre las plantas y la tecnología usada en su obtención y procesamiento.
“Al integrar estas diferentes evidencias botánicas se pueden ir construyendo las trayectorias de uso de las plantas, reconociendo qué plantas son cortadas, desenterradas, descortezadas, talladas, trenzadas, molidas, cocinadas, fermentadas, etc.”, agrega la experta.
Y el segundo aspecto sobre la relevancia de esta área para Belmar, es que, luego del reconocimiento de las plantas, junto con sus propiedades, ciclos y el tipo de ambiente que ocupan, es posible abordar una gran variedad de interrogantes, usando la evidencia arqueobotánica como indicador.
“Entonces, desde la arqueobotánica se puede contribuir a abordar diversos problemas, por ejemplo, dieta, alimentación, prácticas alimentarias, ocupación del espacio, movilidad, intercambio, estrategias de aprovisionamiento, domesticación y los evidentes temas ligados a la cosecha de alimentos, uso de plantas sagradas, por mencionar algunas”, explica la investigadora.
Belmar destaca que en los inicios de esta línea de investigación en Chile, la pregunta central era poder recuperar e identificar las plantas domesticadas en los contextos estudiados. Pero, que hoy en día, debido a la relevancia del dato arqueobotánico, “los intereses por investigar el uso de las plantas y la relación plantas/ser humano ha trascendido esta pregunta y se ha ampliado a estudiar las plantas en general -silvestres, cultivadas y domesticadas- y su valor en el contexto de las sociedades”, finaliza la arqueóloga.