Las ciencias, sean exactas o sociales, han sido desarrolladas históricamente con una mirada masculina, heteronormativa, patriarcal y capitalista. Mítica es la foto del congreso de Solvay de 1927, hace casi 100 años. En ella se plasmó el rostro de 29 de las mentes más reconocidas de la historia, Max Planck, Albert Einstein, Niels Bohr y otra decena de nombres que llegaron a obtener un premio Nobel. Entre ellos, solo una mujer, Marie Sklodowska Curie, quien por cierto obtuvo dos de esas preseas, una en química y otra en física.
El mismo fenómeno de copamiento masculino es extensible a otras instancias, si nos remontamos más al pasado, en cualquier foto, pintura, registro visual o escrito, quienes la protagonizan e impusieron su forma de ver el mundo siempre son hombres hetero normados, comúnmente parte de la burguesía o de las élites y criados bajo el patriarcado. Mientras, la participación femenina era renegada e invisibilizada, pese a estar presente. En cuanto a las personas LGBTIA+ y su participación en las esferas académicas o políticas, su visibilización ha comenzado a darse de manera oficial muy recientemente en nuestro país Por ejemplo, es recién el año 2013, y fundamentalmente el año 2021, que alguna/os parlamentario/as ostentan sus cargos político siendo conocida públicamente su orientación sexual LGBTI+.
El feminismo y la teoría queer en arqueología son paradigmas teóricos que desafían y que cuestionan la forma en que se hace arqueología. Permiten visibilizar como en la construcción del conocimiento arqueológico y del relato de nuestra historia aún existe una fuerte y profunda carga patriarcal, binaria y esencialista.
Para Andrea González-Ramírez, desde el punto de vista de la filosofía política y de derecho, ya desde el contractualismo se define al ciudadano en masculino, a la vez que lo relevante se expresa en términos políticos y económico según la vara de lo masculino. En ese sentido, el pensamiento feminista surge como un paradigma emancipatorio, el cual busca posicionarse en el lugar desde donde se genera el conocimiento, cuestionar lo que ve con una mirada y escala de mundo radicalmente distinta, al igual de cómo pretende hacerlo la teoría queer, apreciando y resolviendo problemáticas que con la mirada anterior fueron desatendidas, ignoradas e invisibilizadas. Supone incorporar nuevos objetos y preguntarse por un campo que no estaba presente dentro del imaginario ni dentro de las prioridades de investigación.
En palabra de Felipe Armstrong, lo que hoy día conocemos como teoría queer nace de revueltas de personas trans que empiezan a pensarse desde la periferia. La mirada de lo queer, la preocupación por aquello que sale de la norma, que cuestiona lo hetero patriarcal, supone nuevas formas de habitar el espacio de la producción de conocimiento, pero con una perspectiva que ha sido forjada a partir de una historia muy distinta, desde un mundo que ha sido marginado ante el paradigma imperante. Las implicancias de hacer una arqueología feminista, queer o algo que se le asemejen, es abrir espacio a aquellos aspectos que han estado históricamente marginalizados.
En este nuevo capítulo de “Arqueología, presente y futuro”, ahondamos en estas perspectivas conversando con Andrea González-Ramírez, doctora y Master europeo en arqueología prehistórica por la Universitat Autónoma de Barcelona, junto con Felipe Armstrong, doctor en arqueología y académico del departamento de antropología de la universidad Alberto Hurtado, con la conducción de la arqueóloga Itací Correa.