Roxana Seguel: “Donald era un convencido de que el arqueólogo que estaba trabajando era un sujeto político e histórico”

Formador de numerosas generaciones de arqueólogos y arqueólogas de nuestro país y ampliamente reconocido por sus pioneras investigaciones sobre la ocupación temprana de las costas chilenas, Donald Jackson, académico de la Universidad de Chile, fallecido el 6 de septiembre de 2015 es recordado en la siguiente entrevista por su viuda, Roxana Seguel. “Donald era un soñador por cambiar el mundo y no dejó de serlo hasta el último minuto de la vida”, dice la conservadora, que por 25 años compartiera el trabajo arqueológico con Jackson en Los Vilos.

“A Donald lo conocí el año ’89 porque yo era investigadora responsable de un proyecto Fondecyt que teníamos en Radal Siete Tazas y como co-investigador estaba Mauricio Massone. Fue él quien me dijo, ‘mira hay un investigador joven que viene llegando de México, especialista en material lítico, y yo creo que sería súper importante para el proyecto que tuviéramos un especialista en este tema’. Le dije a Mauricio que le dijera a Donald que fuera a hablar conmigo. Y así lo hizo. Llegó Donald, y llegó de terno. Esa fue mi primera imagen de él. Un personaje que entró todo chascón por la puerta de mi oficina, muy de terno y corbata. Tenía 29 años. Conversamos, me contó cuál era su línea de investigación, lo que le interesaba trabajar, y me pareció estupendo. Le dije ‘intégrate al equipo’ y ahí empezamos a trabajar. Nunca más nos separamos”.

Así comienza Roxana Seguel, hoy directora del Centro Nacional de Conservación y Restauración de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, DIBAM, su relato sobre la relación personal y laboral que sostuvo con Donald Jackson, arqueólogo de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México, y Magíster en Arqueología en la Universidad de Chile, quien se dedicó durante casi tres décadas a la investigación arqueológica en la zona de Los Vilos, donde realizó importantes hallazgos sobre poblamiento americano.

“Yo creo que Donald nació arqueólogo”, dice Roxana sobre la relación de Jackson con la arqueología, al relatar el inicio de esa historia.

“Él tenía esta afición por la arqueología desde que era muy chico. La señora Julia, su mamá, me contaba que a los 10 o 12 años,  cuando iban a la casa de la abuela en Los Vilos, Donald juntaba piedras y Douglas –que es su hermano gemelo–, juntaba bichos. Y tenían la casa llena de piedras y bichos. En algún momento, me dijo la mamá, ‘yo fui al Museo de Historia Natural, con todas las piedras del Donald, y los bichos del Douglas, a preguntar si estas cosas que estos niñitos juntaban tenían algún valor. Y la gente en la sección de arqueología quedó impresionadísima porque todos eran artefactos arqueológicos o desechos de talla lítica’. Entonces le dijeron ‘claramente su hijo tiene un ojo para la arqueología porque no hay ninguna piedra acá, ¿por qué usted no los mete en las Juventudes Científicas del museo?’. Y ahí empezaron a ir al museo, iban de escolares.

-O sea, que la arqueología y Los Vilos venían con Donald desde la infacia…

Sí, él tenía un vínculo emocional con Los Vilos, y siempre lo tuvo. Hasta ahora, que se quedó ahí con los cazadores recolectores. De hecho él estaba en el colegio todavía cuando Lautaro Núñez excavó Quereo, y Lautaro me cuenta que cuando ellos llegaban a la excavación, Donald los estaba esperando sentado ahí en la quebrada, y se quedaba horas mirando. Así hasta que un día Donald le preguntó a Lautaro: ‘¿Cómo usted sabe que lo que está encontrando son restos arqueológicos y no paleontológicos?’. Lautaro quedó súper impresionado con la pregunta de este y lo invitó a excavar. Esa fue la primera excavación oficial que el Donald tuvo.

-Y ustedes, ¿cómo partieron el trabajo en Los Vilos?

Partimos el ’92 con el primer proyecto que fue sistematizar todas las observaciones empíricas que el Donald había hecho desde que era niño en Los Vilos. Él conocía exactamente cada sitio arqueológico. Lo que hicimos fue prácticamente prospectar toda el área de esa zona costera, que iba entre la Cordillera de la Costa –que está ahí bastante cerca– y las terrazas que dan al mar, entre un lugar que se llama Cabo Tabla y Quebrada del Negro, que es un espacio bastante pequeño, como 13 o 15 kilómetros. Y lo prospectamos al 100 por ciento para saber cuál era el tipo de evidencia que había, se hicieron algunas excavaciones para poder hacer una ubicación cronológica de los sitios que había en la zona, y después nos fuimos ampliando hacia el interior, hacia el norte y hacia el sur y fuimos focalizando los problemas. El primer proyecto fue este barrido para ver qué es lo que había.

Después hubo una segunda excavación para profundizar en características cronoculturales en los sitios, y tener una mayor idea de lo que había. A partir de eso, parte de las evaluaciones que hicimos determinaron que uno de los patrimonios más vulnerables que tenía esta zona por la baja densidad de materiales que había, claramente tenían que ver con los sitios del Holoceno Temprano, por lo tanto, los proyectos siguientes se focalizaron en este período. Básicamente trabajamos sitios asociados a los grupos Huentelauquén. Y trabajando con estos sitios empezamos a encontrar registro paleontológico de fauna extinta, sobretodo en la parte sur de Los Vilos. Y en algunos casos con una asociación bastante difusa respecto a evidencia cultural. Entonces ahí los proyectos siguientes que se plantearon, tuvieron que ver con poblamiento. En el tercer o cuarto proyecto que presentamos al Fondecyt, la problemática fundamental ya era el poblamiento americano. Así trabajamos todos estos años. El 2015, cuando Donald estaba ya súper enfermo, cumplíamos 25 años de investigación sistemática en Los Vilos.

-Dentro de esa investigación, ¿te acuerdas de algún momento especialmente importante para Donald?

Ñague 2001

Creo que hubo tres momentos impactantes para él como arqueólogo y de acuerdo a los constructos que tenía en su cabeza. Uno, fue la excavación del sitio de Ñagué. Ahí partimos súper tímidamente excavando el sitio, hicimos un par de sondeos, y salió una evidencia efímera, y quedó súper impresionado con los fechados que dio ese sitio. Hasta ese momento –mediados del ‘90–,  lo que se tenía como dataciones para los Huentelauquén, estaban alrededor del 9 mil, 8 mil, y nosotros sacamos fechas de 10 mil. Fechas que se topaban con fechas de los grupos del Pleistoceno  Final, entonces, fue para él muy emocionante. El otro trabajo bien importante para él fue la excavación del sitio de Santa Julia. Hasta esa fecha todavía había bastantes cuestionamientos con el sitio de Quereo, de gente que consideraba que la evidencia todavía no tenía la resolución suficiente, y el sitio de Santa Julia es impresionante. La materia prima era cristal de cuarzo, entonces, estábamos encontrando lascas que era como encontrar vidrio. El cuchillo era increíble, con fechas súper tempranas del 13 mil. La resolución y la integridad que tenía el sitio, fue súper relevante. Por eso se publicó en muchas partes y ha tenido una cantidad de citas importantes, está en el mapa de los sitios importantes.

Y hay un tercer momento importante, que es la excavación que se hizo en la terraza de Quereo, en el sitio Los Rieles, porque ahí se encontró un esqueleto humano con fechas tempranísimas, del 9 mil, si mal no lo recuerdo. Y nosotros no habíamos encontrado hasta esa fecha, ningún resto humano asociado a los sitios. Habían restos culturales, pero evidencia bioantropológica tan temprana no habíamos encontrado. La excavación que se hizo en el contexto de un rescate dio esta sorpresa y también fue súper publicado. Además, marcó un imaginario interesante en Los Vilos, porque allá todos hablan del ‘hombre temprano de Los Vilos’. Para la comunidad fue súper importante ese hallazgo.

-En el marco de todas investigaciones en Los Vilos, ustedes levantaron una casa-laboratorio que muchos arqueólogos y otros profesionales recuerdan mucho cuando hablan de Donald. ¿Cómo fue que levantaron ese espacio?

Yo creo que se dio sin querer, nunca lo pensamos cuando lo empezamos a hacer. Desde el proyecto uno la excavación y todo el trabajo se hacía con alumnos de la universidad. Sobre todo cuando él ya era profesor de la Universidad de Chile a partir del ‘92. Esa casa, que ocupábamos de marzo a diciembre era como nuestro lugar de campamento para hacer las investigaciones de la zona. Cada vez que llegábamos yo armaba un laboratorio en lo que era la antigua capilla de la casa. Los alumnos además de hacer todo el trabajo de excavación tenían que hacer trabajo de laboratorio. Y sin querer se fue transformando en una escuela de campo, porque los estudiantes veían  todo el proceso. Cuando íbamos a terreno, iban los alumnos de Donald más mis alumnos, entonces se generaba mucha gente trabajando. Hubo momentos en que tuvimos 20 alumnos o ahí y todos pasaban por este proceso. Al final se empezó a transformar en una escuela de campo y en un momento nos dimos cuenta de eso.

 

-¿Y tuvieron en algún momento el proyecto de armar más formalmente esta escuela en Los Vilos?

En realidad nuestro sueño para cuando nos jubiláramos era encontrar un sitio, para hacer efectivamente una escuela de campo en Los Vilos, con ese nombre, donde tuviésemos cabañas, una sala para hacer clases. Dijimos, ‘genial, hagamos una escuela de campo, es lo que hemos hecho toda la vida juntos’. Ese era el sueño del Donald y yo no quiero que ese sueño se acabe.

-Donald ha sido muy recordado y valorado por sus estudiantes, ¿cómo viste tú la relación de él con la docencia?

El Donald era un formador desde el alma. Para él su vida era enseñar a otros los conocimientos que había adquirido y yo eso lo encuentro súper notable, porque era muy generoso con los conocimientos que tenía. Nunca se pensaba construyendo información si no era para entregarla en una sala de clases. Él hacía investigación porque era la única manera de poder problematizar temas arqueológicos, y poder transmitírselos y enseñarle a otros. Nunca desvinculó la investigación de la docencia, él investigaba para hacer clases. Y hacía clases para investigar.

-Esa transmisión de conocimiento también la hacía con la comunidad, más allá de la sala de clases.

Sí, con la comunidad trabajamos mucho también. Hicimos iniciativas con los colegios, llevábamos profesores a las excavaciones, dábamos charlas, y Donald siempre se preocupaba de que pudiéramos bajar lo que nosotros estábamos trabajando a ellos. Por eso finalmente lo nombran Hijo Ilustre de Los Vilos, porque nosotros no éramos los arqueólogos que llegábamos, excavábamos y nos íbamos. Nosotros vivíamos allá. Nos íbamos tres o cuatro veces en el año a trabajar a terreno, y eso significaba alguna actividad con alguien, o con los pescadores, con la gente de los colegios, o con la gente del bodegón.

-Y desde tú perspectiva, ¿cuál es el aporte que dejó el Donald en sus años como docente, investigador y arqueólogo?

Yo creo que el aporte más grande que dejó Donald fue imprimir una mirada de hacer arqueología, entendiendo que ésta era una actividad profundamente humana, reflexiva y con un sentido social. El Donald hacía arqueología para entender el comportamiento humano para el presente. Él no pensaba la arqueología como una mera investigación de algo que ocurrió en el pasado, sino cómo toda esa información y cómo entendiendo esos grupos humanos se podían entender los problemas del presente. Para él eso era súper relevante porque no se podía despegar de su posición política y de su idealismo por un mundo más justo, más igualitario y más responsable. Y esas eran las discusiones que teníamos en las noches cuando nos íbamos a terreno, ‘¿Para qué estamos haciendo arqueología?’. Creo que el aporte del Donald a la disciplina tiene que ver con esa dimensión ética y política de la investigación. Él era un convencido de que el arqueólogo o el científico que estaba trabajando era un sujeto político e histórico. Por lo tanto, cuando tú hacías arqueología en el fondo es porque tenías un ideal de sociedad y de mundo, y tú desde tú ámbito disciplinario podías cambiar a una mejor comprensión del presente. Y esas discusiones estaban siempre sentadas en la mesa con Donald.

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